El cazador tenía una llave maestra, abrió la puerta y se metió a mi casa. Se escondió entre las sombras apuntando a todos lados con la luz láser de su mirador telescópico de su rifle. De repente empecé a escuchar todo, igual como si mis oídos se hubieran tornado en parabólicas. Mi olfato, además, se afiló captándolo todo lo que pasaba. Mis ojos se acostumbraron a la oscuridad y se tornaron idénticas a las luces infrarrojas del arma del tipo ese. ¡¡¡Se habían desatado mis instintos de lobo!!!
El tipo me buscó por la cocina, el baño, la sala, el comedor, la estancia y empezó a subir los peldaños de la escalera al segundo nivel. Yo escuchaba claritas sus pisadas, el crujido de los escalones, su respiración agitada y hasta detecté su silueta en las sombras. El tipo llevaba una escopeta de cañón recortado, con silenciador, ya rastrillada y con un cargador de al menos veinte balas. Acomodé mis almohadas, las cubrí con el edredón y no sé cómo lo hice, pero de un brinco me trepé a mi