-¿No te preocupa que la policía te esté buscando?-, le pregunté esa noche a Waldo, recostada en su pecho, echando humo luego de una intensa faena entregada a sus brazos, haciendo el amor impetuosos y febriles, ardiendo como bonzos en nuestros fuegos hasta volvernos puñados de cenizas.
-Soy un hombre lobo, de todas maneras me buscarán-, él estaba resignado a su suerte. Es lo que me parecía.
-Esos hombres podrían matarte-, estaba yo preocupada de que lo que pudiera pasarle algo. Lo amaba demasiado y no podía soportar que lo hirieran. Esa era la verdad.
-He convivido con eso por mucho tiempo. Ya estoy acostumbrado al peligro-, él asumía las cosas con naturalidad. No parecía estar en absoluto preocupado por la alarmante situación que padecían los cándidos en el país, acosados por cazadores.
-Toda tu comunidad está siempre en peligro, ¿no lo has pensado?-, reaccioné.
-Es parte de nuestra vida-, aceptó él con solemnidad. -Las persecuciones ha venido ocurriendo desde hace muchos