Las tórridas veces que hacíamos el amor, Waldo se transformaba en un licántropo, cubría su cuerpo de un pelaje muy oscuro, afilaba las garras y sus colmillos, inyectaba sus ojos de ira y furia y rugía, atronando las paredes y tintineando vitrales y ventanales, mientras me desnudaba con ímpetu, hambriento de mis carnes, impetuoso, arranchándome las ropas hecho un huracán que me dejaba inerme, arrasando con mis defensas, haciendo eterno el momento, disfrutando de mis pechos convertidos en grandes globos flotando al mismo compás de mis gemidos y sollozos, junto al intenso tamborileo de mi corazón, hecho en efecto, una fiera, una bestia despiadada. Él lamía mi ombligo con deleite, estremeciéndome y encendiendo aún más llamas dentro de mis entrañas, hasta convertirme en una gran bola de fuego, haciéndome sentir muy sexy y sensual, extremadamente femenina entre sus brazos.
Me encantaba esa vehemencia y lo febril que se tornaba Waldo cuando hacíamos el amor porque él no tenía compa