Salí tarde del periódico. Tuve que cubrir la información del desalojo de comerciantes informales en una céntrica avenida al oeste de la ciudad. Hubo una batalla campal en las calles y la policía empleó bombas lacrimógenas y sus varas para evitar el vandalismo.
-La ciudad está sumida en el caos debido al violento desalojo, los comerciantes informales están defendiendo su centro de operaciones lanzando piedras de todo tamaño-, presenté mi informe ataviada con mi casco, un chaleco antibalas y protector facial en medio de las rocas que zumbaban encima de mi cabeza. Hill estaba entusiasmado por la gran reyerta y de que yo me encontraba en medio de la la batalla. -¡¡¡Sera la central de la edición impresa, Lucescu!!!-, me chillaba a cada instante, masacrando mis pobres tímpanos.
La policía logró restablecer el orden, hubieron muchos heridos y detenidos, estallaron vitrales, ventanales y mamparas de las tiendas comerciales y hasta incendiaron un auto. Recién, entonces, pude regresar