Gergely atacó mi casa ese jueves de madrugada. Yo dormía apaciblemente luego de haber hecho el amor en forma intensa con Waldo. Nos incendiamos, en realidad, con tanta pasión y desenfreno, tratando de olvidarnos de todas las amenazas y peligros que nos rodeaba. Yo estuve muy afanosa e impetuosa, mordiendo los brazos y el cuello de mi enamorado, incluso hundí muis uñas en su espalda y garabateé sus músculos con desentreno y hasta ira. A Waldo le dio mucha risa verme convertida en una fiera. -Ahora sí que eres una mujer lobo-, me dijo sin poder contener las risotadas.
Eso era cierto. Yo estuve muy iracunda y febril, mordiendo y arañando a mi enamorado, dejándome llevar por las emociones encontradas que me invadían, deseosa de acabar con toda esa pesadilla que me había perseguido en los últimos meses, con mi vida y de mis amigos en constante peligro. Lo que ansiaba era recuperar el tiempo perdido y volver a esos días que no tenía mayor preocupación que hacer un buen trabajo en el di