Luego que se reavivaron los fuegos, volví al ataque, besando y acariciando a Waldo, saboreando la alfombra de vellos que adornaban su pecho y sus bíceps y músculos alineados y silueteados en su cuerpo majestuoso y varonil, excitante y bien pincelado, propio de un macho alfa.
Yo no dejaba de gozar con lo áspero de sus muslos, también repletos de vellos lo que me estremecía mucho, desatando más descargas de electricidad en mi cuerpo, haciendo que me vuelva otra vez una gran bola de fuego. Besé extasiada y rendida su cuello de búfalo y me convencí, ahora sí y para siempre, que él era mío, enteramente mío y que todo ese cuerpo de dios helénico me hacía feliz y dichosa, sensual y femenina. Nada más deseaba quedarme hundida entre sus brazos, acogida por el calor de su cuerpo de hombre rudo, igual a los grandes guerreros de la historia.
Waldo volvió a tomarme y someterme. Él ya conocía de todos mis puntos débiles y por eso no le fue difícil convertirme, de nuevo, en suya, con proverb