Waldo estampó sus besos hasta el último de los pedacitos de mi cuerpo, sin dejar ninguno sin tatuar con sus ansias y deseos, su vehemencia y terquedad. En efecto yo le era un manjar sensual y delicioso y eso me volvía a mí aún más frenética. Descontrolada le besaba la boca con desenfreno, hundía mis uñas en sus brazos y espalda, le mordía el cuello, los bíceps, sus músculos, le trituraba la cintura con mis tobillos aunque él era el que me dominaba, me sometía a su vehemencia y a sus deseos y me hizo su juguete al que podía besar, lamer y acariciar a su antojo.
Quedé reducida a la nada y yo no hacía más que gemir, sollozar y exhalar mucho humo de mi aliento incendiándome por dentro. Mis entrañas eran pasto de las llamas, un fuego intenso que me estremecía y me hacía sensual y súper femenina a cada instante.
Fue entonces que Waldo invadió mis entrañas y ya no no pude contenerme más. Grité extasiada y eclipsada, extraviada fuera de este mundo, vagando en un vacío intenso, rodeada de