Con Perkins íbamos a todo sitio, arriesgábamos nuestras vidas, desafiábamos peligros, balaceras, peleas, ataques malévolos y él siempre estaba allí, a mi lado, entusiasta, porfiado y sobre todo, cuidándome frente a todos los riegos posibles. Él era mi cancerbero eterno. Por eso yo no le temía nada, ni a los más avezados delincuentes, al más despiadado tirano o al más desquiciado loco hambriento de sangre.
Hill quiso renunciar al diario, además. Él se sentía culpable del asesinato de Perkins. Decía que se equivocó al exigir a los reporteros que sean más y más arriesgados en busca de la noticia, sin medir el peligro y eso, al final, le había costado la vida a Perkins. Sin embargo, el director, Adam Roosevelt, no le aceptó su dimisión. -Fue un ataque cobarde a nuestros periodistas, los embistieron y les dispararon, tú no tienes la culpa-, le aclaró.
Yo pensaba que el ataque había sido porque "El Fisgón" estaba en guerra abierta contra el clan satánico, luego de nuestros informe