Yo iba embozada con el pelotón de policías, escondida detrás de un hombre enorme como un cerro que llevaba además un casco y un escudo grandote. Yo no dejaba de grabar en video con mi celular, la intervención que había ordenado Trevor en el hotel para atrapar al tal Dumitru. El capitán iba adelante apuntando con su escopeta. A los huéspedes que se les cruzaba en los pasadizos, les pedía silencio y que entraran a sus habitaciones y se pongan a buen recaudo. Otro agente se encargó de despejar el hall y el comedor. De repente todo era silencio en el hotel.
-¿Qué va hacer?-, le pregunté, entonces, a Trevor, asustada pero emocionada, saboreando la adrenalina de estar justo en el meollo de la acción. Ya les he contado que me encantaba el peligro, disfrutaba de los riesgos y gozaba de esas situaciones de vida o muerte y que por eso, justamente, me hice periodista. En realidad esa pasión me la provocaba la sangre de mujer lobo que tenía en las venas. Me animaba a estar allí, en medio d