Hice un un boceto de la cosa que había visto en mi dormitorio y que lanzó por los aires a Manson. Soy buena dibujando y la gráfica me resultó muy exacta. La policía no me había creído la historia de la bestia y la tesis que manejaban ellos era que Tobías se suicidó y lo que salía en la prensa resultaba simplemente, mero escándalo con el afán de vender. Morbo periodístico, decían, incluso los agentes.
Esa tarde visité a la doctora Heather Evans. Yo estaba demasiado prendada de esas fantasías eróticas de la fiera haciéndome suya, que quería saber más de ese animal que me electrocutaba en las noches y tenía mis entrañas calcinadas por tanto fuego. A la veterinaria le dio risa verme con mis ojitos encendidos, mordiendo los labios y con mi corazón haciendo bum bum bum rebotando en el busto. -¿No me digas que te atrae esa fiera?-, me dijo de frente, riéndose, meciéndose en su silla.
Evans ya había leído de lo que me pasó con Tobías Manson, era la noticia en todos los medios, me hab