Capítulo 4: La entrevista.

Casi cinco años después de la muerte de mi padre, duele totalmente, pero me he esforzado por mantenerme a flote, no podía derrumbarme y permitir que el esfuerzo de su vida se perdiera solo porque yo no fui capaz de ser fuerte.

Salgo del ascensor con una caja de chocolates y un globo que dice feliz cumpleaños. Mi querida asistente está de cumpleaños y no podía dejar pasar este detalle, el mismo que mi padre tuvo con ella por los quince años en que ella trabajó para él.

-¡Feliz cumpleaños, Fabiola! – ella se pone de pie, con lágrimas en sus ojos y acercándose a mí -.

-Ay joven, no tenía que hacerlo – me dice recibiendo los regalos y un abrazo de mi parte -.

Fabiola Vilches fue la mano derecha de mi padre, conocía todos sus secretos y sus mañas. El tiempo que conseguí estar aquí trabajando con papá, me di cuenta ambos sentían un cariño especial por el otro, pero nunca pasaron de la relación de amistad.

Cada año, mi padre le regalaba chocolates y una tarjeta. Yo le regalo los mismo chocolates y un globo, porque estoy seguro de que no podría escribir las mismas cosas que mi padre.

-Pasado mañana es el cumpleaños de Victoria, de recursos humanos – me dice pegando su globo a la pantalla del computador -. Le gustan los bombones y los peluches.

-Bien, hoy mismo me encargo de eso, gracias. ¿Reuniones?

-No, pero sí están las entrevistas para el puesto de asistente del señor Ignacio.

-Perfecto, que se hagan en la sala de conferencias. Yo estaré presente, Ignacio me tiene bastante nervioso con eso de no encontrar a la adecuada.

-Si me permite – Fabiola mira a todos lados y me susurra -, se me hace que es más un casting de modelos que una entrevista de asistentes.

-Lo sé, por eso estaré allí.

Le sonrío y me voy a mi oficina, en donde me pierdo hasta la hora de las famosas entrevistas.

Si hay algo que no me gusta, es que las mujeres se me acerquen demasiado, me siento realmente incómodo. Esa misma actitud la han interpretado como mi desagrado total por el género femenino, incluso he llegado a escuchar los rumores de que he dormido con todos los hombres que se ha antojado y eso me ha llevado a terminar sintiendo asco por las mujeres. A veces uno se entera de cosas muy interesantes acerca de uno mismo, de las que no tenía idea.

Todo muy lejos de mi verdadera personalidad.

Desde niño siempre fui tímido. Más que nada por algo que asumí al llegar a la universidad, soy bien parecido. Mi tez blanca, mi sonrisa cautivante, mis ojos castaños y mi cabello castaño oscuro resultaba atractivo para las niñas, pero una vez adolescente comenzaron a rondarme por mi altura.

Mi padre medía cerca de un metro setenta y ocho, yo lo superé con un metro ochenta y cinco, demasiado alto para el promedio de hombres que me rodean.

Incluso Ignacio, el amigo que conocí a los dieciséis y con quien me volví inseparable, se ha visto opacado por mí un par de veces, a pesar de que tiene un cuerpo trabajado, ojos negros penetrantes y una voz que puede llegar a desarmar a una mujer si se lo propone. Pero, tal como él me dice para reírnos de mi supuesta orientación, hasta mi voz es capaz de bajar más bragas que él con su cuerpo en traje de baño.

“-Muchas mujeres amarían hacerte hombre.

-Sigo siendo hombre.

-Sabes a lo que me refiero. Para muchas es pecado que un hombre tan como tú no les haga el más mínimo caso a las mujeres.

-Todo tiene su razón de ser.”

Esa es una conversación recurrente y siempre llegamos a lo mismo, Ignacio preguntándome cuando le presentaré siquiera un novio, después de que él me ha presentado a lo que podría ser un par de decenas de mujeres que no pasan a la categoría de amantes ocasionales.

-No encuentro a la persona indicada.

Eso es todo. Y es la verdad.

En todos estos años, ni una sola mujer me ha provocado desvivirme por ella, hacerla sonreír y prestarle las atenciones que se merece, porque siempre se me acercan las mismas de siempre: oportunistas, experimentadas, descaradas, preocupadas de la apariencia, de lo que los demás piensan, mujeres demasiado sexys, pero sin una pizca de inteligencia más allá del maquillaje y la moda.

Básicamente, mujeres como mi madre.

Busco a una mujer inteligente, que se respete, que lo más importante sean los sentimientos de los demás y que sea fuerte, que no quede callada ante las injusticias. No quiero a una mujer sumisa y que esté dispuesta a complacer a un hombre por, sobre todo, solo para asegurar su comodidad financiera.

Camino hasta la sala en donde ya se encuentra Ignacio. Fuera hay seis mujeres sentadas y un asiento está vacío. Miro a Victoria y ella revisa la lista.

-Falta una, pero es la última a quien se entrevistará, así que le queda tiempo de llegar.

-De hecho – oigo una voz que me estremece, es suave pero decidida -, llegué primero, solo fui al baño.

Me giro y veo a una mujer hermosa, más que todas las que están sentadas allí, ella no tiene exceso de maquillaje, no lleva tacones de más de diez centímetros, no se ha operado los senos, ni teñido su cabello castaño. Su ropa es formal, no muestra más de lo necesario y se ve condenadamente sexy.

-Alissa Meyer – dice extendiendo su mano hacia mí -. Mucho gusto.

Hago lo que jamás he hecho, estrechar la mano de esa mujer que se me parece más a una diosa que a una mujer buscando trabajo. Ni siquiera las socias y empleadas jóvenes pueden decir siquiera que tolere estar a menos de cincuenta centímetros de ellas.

Al tocar sus dedos, la siento cálida, fuerte. Una sensación de angustia y necesidad me atacan a partes iguales. Desde ya mi meta es que ella se quede aquí, porque no quiero pensar en nunca más la veré.

La siento estremecer ante el breve contacto y ríe.

-Lo siento, creo que le he dado la corriente.

-Sí… la estática.

-Esa – se gira a Victoria y la saluda de la misma manera -.

Toma asiento y se pierde en un libro que saca de su cartera. “El día que se perdió la locura”, de Javier Castillo, el mismo que me devoré en dos días hace un par de semanas.

-Si no le molesta – me dice Victoria -, creo que podemos iniciar.

-Sí, sí. Vamos.

La dejo pasar primero, entramos y ella llama a la primera postulante. Mientras que Victoria y yo nos dedicamos a realizar preguntas agudas, Ignacio se dedica a mirarlas de arriba abajo y haciendo bromas, solo para verlas reír.

-Ignacio, te recuerdo que estás buscando asistente, no una mujer para salir de fiesta – le digo tras la quinta postulante, que me ha dejado fastidiado porque se dedicó a coquetear conmigo -.

-Bueno, voy a trabajar con ella, al menos quiero una asistente que se divierta un poco.

-Si sigues con esa actitud, me veré en la obligación de elegir yo – Ignacio sabe que puedo hacerlo, pero en realidad me quiero asegurar que ella se quede -.

-Como quieras, sólo asegúrate de que al menos sepa escribir un memorándum.

Me pongo de pie con frustración tras despachar a la sexta postulante, era una mujer totalmente incapaz de mirar a los ojos para responder, al menos a los míos, porque se dedicó a coquetear descaradamente con Ignacio en cuanto este le dio el indicio de interés.

-Vicky, pasa a la última, antes de que Alex termine saltando por la ventana, creo que ha sido una dosis muy alta de mujeres por hoy.

-No sea idiota, Ignacio.

Sin embargo, nada más ver entrar a Alissa se me pasa el mal genio. Pude soportar hablar con las postulantes anteriores porque estamos a una distancia considerable gracias a la mesa de madera oscura, pero con ella… los nervios se me han descontrolado por completo.

-Muy bien, señorita Meyer, díganos ¿conoce el cargo al cual postula?

-Sí, como asistente de vicepresidencia.

Luego de eso, solo hago lo que hacía cuando una chica me ponía demasiado nervioso, frunzo el ceño, cruzo las manos frente a mi rostro y dejo que otros hablen. Le entrego mis preguntas a Victoria y ella se encarga de hacerlas por mí, ella sabe bien lo mismo que todos, que las mujeres no me agradan.

Pero lo que me deja sorprendido es su actitud ante el primer chiste de Ignacio para llamar su atención.

-Con el respeto que se merecen – dice mirándome -, pero he venido a una entrevista seria. Si se va a dejar el tono formal de la misma, creo que es momento de terminar aquí.

-Disculpe al señor Mocarquer – le digo agarrando el valor de la molestia -. Por favor, si tiene alguna duda, puede hacerla saber ahora.

-Si fuese elegida, ¿cuándo iniciaría?

-El lunes – le dice Victoria -. Pero si puede hacerlo antes, sería fantástico.

-Si me eligen antes del almuerzo, empiezo hoy mismo, no soporto estar sin hacer nada – se sonroja y se mira las manos, me provoca saltar sobre la mesa y besarla -. Perdón mi exabrupto, pero me gusta trabajar.

-Muy bien. Lo evaluaremos y nos comunicaremos con usted.

Ella se pone de pie y se despide de nosotros. Sale cerrando la puerta de cristal, la veo alejarse por el pasillo, hasta que Victoria se ríe.

-Al fin puedo reírme… es la primea vez que veo a Ignacio quedarse callado, porque una mujer no le para el chiste.

-No es gracioso – me mira apuntándome con el dedo índice -. Ni se te ocurra elegirla.

-Si soy honesto, estoy entre ella y la segunda – le digo divertido, tratando de ocultar mi decisión -.

-Estoy de acuerdo contigo – me dice Victoria -, Isis y Alissa son las mejores postulantes, pero la verdad prefiero a Alissa.

-¿También me vas a traicionar?

-Es eficiente, sus respuestas fueron cortas, pero concisas, sabe cómo elaborar muchos de los documentos en los que tú necesitas apoyo y lo mejor, no cae ante tus encantos. Menos probabilidades de que termine sobre tu escritorio.

Ignacio pone mala cara, pero no le queda más que aceptar la decisión. Ambos sabemos que Victoria es objetiva en la elección de cargos, de manera que esto no lo hace solo por fastidiar. Ella se entierra en los perfiles de cada una las mujeres, hasta que la vemos abrir mucho los ojos.

-Vaya… Alissa salió de la carrera de economía hace solo tres años – levanta la mirada -. Es muy joven y ya ha tenido tres empleos.

-Se supone que revisaste eso antes de llamarla.

-Ignacio, revisé cuarenta perfiles, no me puedes culpar de olvidar algo así. Si la elegí fue porque me llamó la atención que tuviera tres empleos antes… siendo tan joven.

-¿Cuántos años tiene? – dice Ignacio quitándole su expediente -.

-Veintiséis años.

“Soy demasiado viejo para ella”, me digo de inmediato. Sería imposible que ella me mirara, pero aún así la quiero aquí, al menos con ver su sonrisa a diario me conformo.

-Ella se queda - le digo a Victoria dejando la sala -. Llámala ahora

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