El palacio de Giza era un laberinto de sombras y susurros. La tensión, invisible para el ojo inexperto, vibraba en el aire, una partitura disonante que solo unos pocos podían escuchar. Las órdenes del Faraón de convocar una audiencia pública habían acelerado el pulso del reino, pero también habían encendido una mecha en la oscuridad. El Visir, acorralado, había movido sus piezas, y el palacio, antes un símbolo de poder y estabilidad, se había transformado en un campo de batalla silencioso.
El Capitán Hesy se movía por los túneles subterráneos del palacio con la agilidad de un fantasma. A su lado, Thutmose era una sombra más, su espada envainada, pero su mano siempre lista en la empuñadura. Habían dejado a Menna y Meryre en la cámara secreta, la mente maestra de la estrategia, mientras ellos, los ejecutores, se adentraban en las entrañas del palacio. El objetivo: neutralizar a Ahmes, la serpiente del Visir, y desmantelar su red de infiltración antes de la audiencia.
—Los planos de Menn