La barcaza de Ptah intentó seguirlos, pero las cañas eran demasiado densas, el camino, demasiado estrecho. La embarcación de Ptah se atascó, los remos se enredaron en la vegetación. Sus hombres maldijeron, intentando abrirse paso.
—¡Los perdimos! —gritó uno de los hombres de Ptah.
—¡No! —rugió Ptah, su rostro se contorsionó en una máscara de frustración—. ¡Menna no puede salirse con la suya! ¡Registren cada rincón! ¡No hay escape de las aguas del Visir!
Mientras los hombres de Ptah se adentraban en el laberinto de cañas, Menna y Sobek, con Hapy al timón, se movían con sigilo por un canal oculto, una ruta secreta que Sobek conocía desde su juventud. El aire en el canal era húmedo y fresco, el sol apenas se colaba a través de la densa vegetación.
—Respirad hondo, muchachos —dijo Sobek, una sonrisa de satisfacción asomando en sus labios—. Esto es solo el principio. El Nilo tiene muchos secretos.
Se escondieron durante horas, esperando a que la persecución de Ptah se disipara. Menna, con