Los días siguientes se arrastraron con una lentitud exasperante. Neferet se sumergía en sus deberes, pero su mente estaba en Giza, imaginando a Bek en su viaje, a Menna descifrando el mensaje. Cada sombra, cada voz, le parecía un presagio, una señal de lo que el destino les depararía. La tensión era casi insoportable.
Horemheb, aunque aparentemente imperturbable, también mostraba signos de inquietud. Sus visitas a la biblioteca se hicieron más frecuentes, sus consultas con Neferet, más prolongadas y silenciosas.
Una tarde, mientras Neferet revisaba un mapa de las rutas fluviales, Horemheb se acercó, su rostro más sombrío de lo habitual.
—Ha llegado un mensaje de Giza —dijo, su voz baja y grave.
El corazón de Neferet se detuvo.
—¿De Bek? ¿De Menna? ¿Está bien?
Horemheb negó con la cabeza lentamente.