—Llevad a estos hombres. —ordenó Hesy a su oficial—. Y asegurad estos túneles. Nadie más entra ni sale. Y tú, arquitecto Menna... serás llevado ante el Faraón.
Menna miró al Capitán Hesy. La intervención había sido inesperada, un golpe de suerte o quizá una señal de los dioses.
Mientras los guardias del visir eran escoltados lejos y los oficiales de Hesy aseguraban el área, Bek se arrodilló junto a Menna, ayudándolo a incorporarse.
—¡Menna! Estás herido.
—No es nada —dijo Menna, sintiendo el dolor en su hombro y la cabeza—. Lo logramos, Bek. Tenemos las pruebas.
El Capitán Hesy se acercó a Menna. —El Faraón escuchará esto.
Menna asintió, su mirada fija en el rollo de papiro que ahora sostenía Hesy. La pirámide se cernía sobre ellos, majestuosa y silenciosa.
Menna, apoyado en Bek, observaba al Capitán Hesy supervisar la inmovilización de los guardias del visir. El Capitán Hesy, al terminar sus órdenes, se acercó a Menna.
—Arquitecto Menna —dijo Hesy—. Tus heridas deben ser atendidas.