En algún punto de la noche, Edneris se quedó dormida sin darse cuenta, fue la alarma de su celular, puntualmente a las cinco de la mañana, la que la arrancó del sueño, entre quejas bajas y una enorme pereza, se obligó a levantarse, con pasos arrastrados llegó al baño para darse una ducha rápida. Luego, aún adormilada, se puso el uniforme de la universidad, sin secarse del todo el cabello, se hizo su habitual coleta alta, calzó las medias blancas y los zapatos, y subió al piso superior con la mochila colgada al hombro dispuesta a preparar el desayuno, pero al entrar en la cocina se llevó una sorpresa.
Sobre la mesa, perfectamente presentado, había un desayuno listo, caliente, y junto a él, una tarjeta blanca con su nombre escrito en una hermosa caligrafía.