La cabeza me palpita como bomba de tiempo. Gimo y aprieto mis dientes cuando un ramalazo de dolor atraviesa mi corteza cerebral y retumba entre las paredes de mi cráneo. Elevo la mano y hago presión en aquel punto en el que el dolor es más intento, pero me detengo a medio camino cuando los recuerdos invaden mi mente.
―Fuiste tú, ¿cierto?
Mi corazón desata una andanada de latidos convulsos y desenfrenados. Lo presentí desde el primer momento que sentí su esencia maligna. Había algo en ese sujeto que erizaba los pelos de mi nuca.
―Vine a buscar a Rachel y tú me vas a llevar directo a donde se encuentra.
La bilis comienza un ascenso vertiginoso desde mi estómago, pasa a través de mi esófago y se instala dentro de mi boca, dejando un amargo sabor a hiel. Debí acabar con ese maldito a la primera. Nunca me equivoco con mis presentimientos, sin embargo, hice caso omiso a las advertencias que enviaba mi cuerpo.
―Primero muerto, antes que permitir que te acerques a ella.
Tiemblo de pies a cabez