Había tomado agua, menos mal él tomó la precaución de comprarlas. Respiré profundo varias veces antes de hablar.
—Catalina tiene una enfermedad extraña, es la única registrada en el mundo o por lo menos la única a la que le están haciendo estudios.
Don Rómulo, destapó la otra botella y me la entregó, tomé un poco más, se quitó el sombrero dejando a ver su calvicie, rodeada de una corona de pelo blanco, las gafas que tenía no le dejaban ver los ojos verdosos.
» Desde que la niña tiene once años sufrimos como familia con esa enfermedad. Muchas veces, fui testigo de las infinitas arrodilladas de Luis, orando y ofreciendo su vida a cambio de la de su hija, siempre imploraba que lo primero fuera la vida de Catalina.
Volví a llorar más fuerte, al comprender ahora por que Dios se llevó a Luis. Me ofreció más agua.
—Toma agua mija y así suavizas el tarugo que tienes.
—Siempre me decía don Rómulo, Samanta, entregué mi vida por la de nuestra hija. Solía decir, ya no te preocupes. Él había pacta