2 "Signorina Castillo"

¡No podía ser cierto! Allyson no recordaba nada, al menos nada en lo que a ellos se refería ¿Cómo rayos podía siquiera pensar en llevársela en ese estado y consumar su venganza? Ella realmente estaba mal, ¡Estaba internada en un Hospital por Dios santo! Sin embargo, ella no estaba muriéndose, no estaba agonizante, sólo de pensar en esas posibilidades se sintió enfermo. Y la idea de tenerla vulnerable solo para él apareció en su mente logrando que persistiera en su plan.

Allyson gozaba del beneficio de no recordar, algo de lo cuál él no disfrutaba, debía tener presente que el accidente en realidad le otorgaba a ella el placer del olvido algo que él hubiese querido tener. Ella en realidad, por su propio bien estaba mejor así, sin recordar nada; pero se encargaría que recordara todo, absolutamente todo por que su mente estaba llena de recuerdos y su corazón rezumaba de amargura, ella era la única causante de sus males y merecía pagar por todo, tenía pleno derecho a ir por ella y sacársela de una vez por todas de su mente. Por que hábil, como era, se había colado en cada recoveco y rincón de su alma y corazón.

No valía la pena seguir viviendo así, tendría descanso su alma hasta que por fin se vieran saciados sus instintos de revancha.

Sueños siendo ella protagonista lo atormentaban de noche y los recuerdos de día. No tenía paz, no tenía sosiego. Su mente la llamó y de nuevo ella apareció, recordó cuándo la vio por vez primera…

Florencia, Italia 6 meses atrás

Máximo estaba llegando tarde y lo sabía, no es que lo hubiera hecho a propósito si se tomaba en cuenta que lo que menos deseaba era asistir a esa conferencia, pero el objetivo de esta era concientizar sobre los invaluables testimonios de esplendor, de historia y sobre todo de arte de las grandes civilizaciones antiguas.

Obvio que Florencia se encontraba entre ellas y no es que los florentinos no se preocuparan por su bellísima ciudad, pero las nuevas generaciones no compartían al menos en igual forma esa preocupación, además las conferencias estaban siendo dadas por el eminente Sir William Carlton un experto en la materia quién buscaba fondos para la preservación del arte y para sus investigaciones en torno a ello.

Max hizo una mueca irónica, cuando vino a su mente lo de la recaudación de fondos, Carlton era muy respetado, pero eso no significaba que le diera al dinero un mero valor simbólico y si él se encontraba allí era porque su abuelo prácticamente le había suplicado que asistiera y no podía negarse tomando en cuenta la precaria salud del anciano además del inmenso cariño que se profesaban.

Así que si podía darle una leve satisfacción lo haría, eso y mucho más, lo que estuviera en sus manos para complacerlo. Cómo miembro de los Vecchio tenía que asistir, sería imperdonable que nadie de la familia lo hiciera tomando en cuenta que eran una familia aristocrática, provenientes de una dinastía de siglos y orgullosos representantes del más puro linaje florentino. Casi le daba risa pensarlo, pues su padre era el que debería haberse presentado en ausencia del abuelo que era un autentico mecenas del arte aparte de un experto conocedor, pero su padre estaba más interesado en conquistar mujeres y coleccionarlas que en la conservación de la historia artística de una ciudad. Su madre de compras en alguna famosa capital Europea como siempre, de hecho, casi no veía a ninguno de ellos a menos que necesitaran dinero.

Como hijo único podría pensarse que sus padres le habrían dado toda la atención y el cariño, nada más alejado de la verdad. Eran auténticos extraños.

Sólo había contado con su abuelo desde que tenía memoria, él era el que había estado ahí siempre que lo había necesitado.  Apartó esos pensamientos y se dirigió apresuradamente al amplio salón del lujoso hotel propiedad de su abuelo. En cuanto más rápido entrara más rápido saldría.

Entró justo cuando el auditorio aplaudía. El salón estaba a reventar, por lo menos habría unas 300 personas que era la capacidad que más o menos tenía. Carlton acababa de realizar lo que parecía una brillante exposición y la gente parecía atenta.

Uno de los empleados del hotel, se dirigió a él rápidamente indicándole su asiento en la primera fila. Casi deseó negarse, hubiese preferido pasar desapercibido.

Pero si Carlton había terminado de hablar, entonces la conferencia estaba por concluir. Le preguntó al empleado y este le informó que aún faltaba la Signorina Castillo.

- ¿Y esa quién es? - preguntó con desdén, lo único que deseaba era llegar a su apartamento después de un duro día de trabajo.

-La Signorina Castillo es otra de los conferencistas, es asistente de Sir Carlton y su intervención es breve según tengo entendido signor-  se apresuró a contestar el empleado que a todas luces estaba nervioso, Max suspiró casi imperceptiblemente.

-Está bien, muéstrame mi asiento por favor.

-Por aquí signor – sin dilación lo condujo.

Avanzó por el pasillo un tanto irritado por todas las cabezas que voltearon a verlo y de los murmullos de la sala. Faltando pocas filas para ocupar su lugar anunciaron la intervención de Allyson Castillo. 

Enseguida se imaginó la clase de mujer que sería: mediana edad, cabellos grises, un tanto llenita, de gafas y con un aire de inteligencia seguramente. En resumen, una mujer tan dedicada a su carrera que nunca se había casado, por algo se referían a ella por signorina. ¿Pero quién necesitaba el matrimonio para realizarse en la vida? Él definitivamente no, pero las mujeres opinaban distinto, al menos la mayoría de las que había tratado y habían intentado cazarlo, sí, literalmente cazarlo.

En lo que a su vida respectaba el matrimonio no estaba en sus planes inmediatos y no lo estarían para nada si no fuera por que los Vecchio escaseaban y él debía proporcionar herederos para la dinastía familiar.

Nuevamente surgieron los aplausos para recibir a la signorina Castillo e instintivamente levantó la vista para verla y se quedó estático en su sitio. Observó todo de ella, cada detalle incluyendo su expresión decidida al caminar al micrófono. Un pensamiento vino a su mente, lo que solía decir su abuelo ante una mujer hermosa ¡Están cayendo ángeles del cielo! Sí era un ángel o no, poco importaba. Le bastaban esas piernas largas, ese cuerpo esbelto de finas curvas… casi podía adivinar la suavidad de esa piel satinada y de su cabello largo castaño oscuro con tonos rojizos.

A pesar de no estar tan cerca adivinaba unos ojos hermosos y una boca tentadora, vestía de azul cielo un color que le quedaba perfecto, llevaba un vestido que dudaba le quedara mejor a otra mujer. Su cuerpo estuvo a punto de traicionarlo, volvió a la realidad al percatarse de que el empleado aún lo esperaba para conducirlo a su fila y lo veía con expresión desconcertada. Reprimió sus emociones y se dio cuenta que no recordaba la última vez que una mujer le hubiera producido ese efecto, él era conocedor de la belleza femenina y disponía de mujeres hermosas cuando le apetecía. Pero Allyson Castillo parecía haberle lanzado un hechizo dejándolo de piedra y eso que ni siquiera lo había mirado.

Terminó su trayecto a su asiento rápidamente, no quería perderse nada de lo que ella tuviera que decir.  Algo le dijo que una mujer así no podría tener una pizca de inteligencia, no es que fuera prejuicioso en ese aspecto pues él mismo conocía muchas mujeres bellas e inteligentes, pero tenía que quitarse algo del efecto que ella le había provocado, así que se libraría de su hechizo en cuanto abriera la boca y demostrara su ineptitud. Pero ¿cómo alguien tan afamado como Carlton permitiría hablar a cualquiera en una de sus conferencias?

Conferencias que eran aclamadas en todo el mundo y que además acudían multitud de personas. ¿Por qué se arriesgaba a hacer el ridículo? La respuesta estaba en ese momento sonriendo a la audiencia y colocando el micrófono a su altura ella misma.

¡Claro! Ella tenía hechizado al pobre de Carlton. ¿Pobre? ¡Lo que daría por estar en su lugar! Eran amantes, de eso no cabía duda y terminaría de convencerse en cuanto esa preciosa criatura hablara.

El pensar que esa chica estaba con Carlton le hizo sentir cierta envidia y enojo, cuando él ni siquiera había sentido jamás lo que significaba la envidia o la molestia porque una mujer como ella anduviera con ese viejo en beneficio de su carrera. Si debía admitir algo, sin embargo, aunque el cerebro de esa preciosidad brillara por su ausencia aun así la deseaba. Pensamientos tontos, se recriminó enseguida porque podía tener a las mujeres que quisiera y ella no era necesaria en absoluto para calmar sus instintos o ¿acaso despertaba una lujuria nueva e insaciable en él? Cielos, no. Pero en eso ella habló y le causó el mismo efecto que la primera vez, su voz suave, pero a la vez firme con notas de dulzura y sensualidad le removieron incomodo en su asiento e hicieron que se pasara la mano por el cuello intentando dilucidar el por qué reaccionaba como adolescente emocionado y hormonal.

Al parecer él no era el único absorto, pues el auditorio había respondido mostrando interés y silencio. Ella inició con los puntos a tratar de su discurso: la importancia del arte en la cultura moderna, el deber de las personas para con la historia de su nación, su preservación y conservación, el legado a futuras generaciones.

Habló con una pasión y entusiasmo contagioso y él tuvo que rechazar de tajo lo que había pensado de su ineptitud, a todas luces era una mujer inteligente, preparada, una apasionada de su carrera y eso hizo que la deseara aún más. A pesar de ello no podía pasar por alto la sospecha que tenía algo que ver con su mentor, a juzgar por la expresión de este al observarla pues el tipo estaba arrobado por ella. Con el paso de los minutos curiosamente él se encontraba en iguales circunstancias.

Allyson tenía un don natural para captar el interés y la completa atención de su auditorio sin la necesidad de recurrir a su belleza. Aún hablando de temas serios y profundos como los que abordó, logró hacerse entender en todo aspecto con sencillez y eficacia e incluso arrancó risas con toda intención al tratar en tonos más ligeros aspectos de su discurso a un auditorio que cualquier experimentado conferencista hubiese temido. Ahí estaba la crema y nata de la sociedad florentina, gente de ilustres apellidos y de vastas fortunas que se daban la fama de conocedores de arte, fama bien ganada en el caso de muchos y por ende no se les podía tomar el pelo. Su abuelo era uno de ellos, al retirarse por mala salud había vuelto a su pasión por las artes y si bien no era experto era un amplio conocedor.

Hubo un momento en que creyó pensar que ella lo había quedado viendo y había hecho una pausa casi un poco mas larga de lo normal, pero enseguida se dio cuenta que ella ordenaba sus notas. Esa mujer lo estaba trastornando, no veía la hora de hablar con ella y presentarse. Pero sobre todo no veía la hora de llevársela a la cama y si eso significaba arrancársela a Carlton entonces eso haría.

Usaría todo su atractivo, encanto y dinero y haría a un lado los escrúpulos, ¡vaya! nunca se había propuesto seducir a una mujer ajena y comprometida, podía ser despiadado en los negocios, nunca para conseguir a una mujer y menos una que ya tenía dueño. Nunca había sido necesario.

Quizás con ella sería diferente o quizás sería igual de fácil, no le importaba cómo, solo el resultado. Esperaba que no fuera tan sencillo, creía captar un aura apasionada y salvaje en ella.

El discurso terminó, ella sonrió y en ese justo momento miró hacia donde él estaba, sus miradas se conectaron, prácticamente todo se incendió alrededor de ellos. Allyson retiró rápido la mirada y fue cuando Max esbozó una sonrisa, una sonrisa de depredador.

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