Ahora entendía por qué John lo había sorprendido diciéndole que se había vendido.
"Padre, ¿cómo pudo aceptar esto?"
Peter permaneció en silencio, sin atreverse a mirarla a la cara.
Elizabeth cerró el contrato y se puso de pie. La ira le quemaba la garganta, pero se negaba a llorar.
Esperaba una explicación de su sacerdote, pero Helen habló con una dulzura inusual.
"Elizabeth, solo nos preocupamos por ti."
"¿Mis intereses... o los tuyos?", respondí con amargura. "Parece que te pagan muy bien."
Si se dio la vuelta para irse, pero al atravesar la habitación, vio una vista del espacio donde estaba el piano de su madre, el cual tanto le gustaba tocar. Regresé al estudio.
"¿Dónde está mi piano?"
Peter permaneció en silencio.
"No combina con la nueva decoración, así que nos lo quedamos", respondió Helen con frialdad.
Elizabeth no podía creer que el piano de su madre estuviera guardado. "Si quieres, podemos enviarlo a tu nuevo hogar. No nos sirve."
Helen siempre había sido insensi