Elizabeth, Adam e Sara
Los tres se reían a carcajadas mientras Adam narraba, con entusiasmo, cómo había logrado engañar a los hombres de John.
Elizabeth, que poco antes se sentía triste y sola, se dejó contagiar por la ligereza del momento. Fue uno de los raros instantes de verdadera alegría que había tenido en los últimos tiempos.
Almorzaban en el pequeño apartamento que servía como refugio. Era sencillo, pero acogedor, y ese día parecía aún más cálido, como si la amistad impregnara el ambiente.
Elizabeth se sorprendió con los detalles de los planes de Adam.
Solían cambiar de coche en el estacionamiento del hospital o en lugares estratégicos, haciendo que los guardias de John perdieran horas —a veces hasta un día entero— esperando a alguien que ya no estaba allí. Aquella vez fue sorprendida, y abrió los ojos de par en par cuando él mencionó que hasta el accidente automovilístico había sido planeado.
— ¿Lastimaron a alguien? — preguntó con preocupación genuina.
Adam sonrió, comprensi