Elizabeth
Después de una comida rápida, terminó de ordenar sus notas sobre el restaurante y se preparó para dormir. Antes de acostarse, como hacía todas las noches, tomó su Biblia y leyó en voz baja:
«Encomienda al Señor tu camino; confía en él, y él hará lo demás».
Las palabras reavivaron su fe, abrazó la Biblia y se entregó a la oración:
«Señor... Gracias por este día, gracias por esta nueva oportunidad que me estás dando. Gracias por cada persona que has puesto en mi camino, por la señora Philips, por Adam, por Sara... por este lugar al que ahora puedo llamar hogar. Tú conoces mi corazón... sabes que todavía me duele pensar en él. —su voz se quebró—. Todavía lo amo, Padre... pero si no es tu voluntad, entonces... por favor, ayúdame a olvidarlo. Ayúdame a seguir adelante y, sobre todo... cuida de él... y si algún día... si algún día es tu voluntad que nuestros caminos se crucen de nuevo, que sea tu voluntad».
Tras una pausa, dio las gracias:
—Gracias, Señor... gracias por amarme inc