Sin decir una palabra, John se sentó frente a ellas. Su presencia era tan imponente que las chicas se quedaron paralizadas. La otra empleada abrió los ojos como si acabara de ver un eclipse total dentro de una sala de almuerzo. Nunca imaginó que el presidente arrogante, frío e indiferente se sentaría en una mesa del comedor como los demás empleados, y mucho menos en su mesa.
Bruce se sentó junto al jefe con naturalidad y notó la incomodidad de las dos.
—Señoritas —dijo con una sonrisa cordial—, buenas tardes. ¿Todo bien por aquí?
—S-sí, claro... —respondió la recepcionista de la planta baja, roja como una fresa madura. La otra solo asintió con un tímido gesto.
Las dos se miraron, sin saber si debían mirarlo a él o seguir comiendo. Era como tener a una estrella de cine sentada allí, además de ser guapo, como decían todas las mujeres de la empresa, era aún más intimidante verlo tan de cerca. Por lo general, solo lo veían pasar por el vestíbulo.
John levantó la vista del plato y miró a l