John
A la mañana siguiente, John llegó tarde a la sede del Grupo Walker. El conductor abrió la puerta del coche ejecutivo y él bajó ajustándose la chaqueta con una mano, mientras con la otra sujetaba firmemente su maletín de cuero negro.
Pasó junto al portero, que, como siempre, le deseó educadamente «buenos días», pero fue completamente ignorado. Continuó su camino por la recepción, ignorando a todos, incluso a la recepcionista, que, tras dudar unos segundos, cogió discretamente el teléfono y anunció su llegada a la planta ejecutiva.
—El señor Walker acaba de llegar —aviso en voz baja, casi susurrando, como si anunciar su presencia requiriera cierto cuidado.
Se había afeitado, las ojeras de los últimos días habían disminuido, pero su rostro seguía siendo duro y frío, como una piedra esculpida. Nadie se atrevía a mirarlo directamente. Al llegar al ascensor, las personas que esperaban le abrieron paso inmediatamente, apartándose en respetuoso silencio. John entró solo, sin mirar a nadi