El cielo de Londres estaba tan gris que parecía hecho de ceniza.
 Mientras el avión descendía, observé las gotas de lluvia deslizarse por la ventanilla como si fueran los restos líquidos de un recuerdo que no termina de morir.
 David estaba a mi lado, con el rostro serio. Desde que me contó la verdad, mi mente era una tormenta.
Margot no era mi madre.
 Mi madre verdadera se llamaba Elena Whitmore.
 Y, según los registros que él había descubierto, no había muerto en el accidente.
“Tu madre sobrevivió, Ethan. La mantuvieron oculta. Margot lo planeó todo.”
Esa frase se repetía en mi cabeza desde que despegamos de Nueva York.
 Y cada vez que pensaba en ello, sentía que mi vida entera se desmoronaba por segunda vez.
La mansión Whitmore se alzaba imponente en medio de la niebla londinense.
 El mismo lugar donde aprendí a hablar, a leer, a temer.
 El mismo lugar donde, sin saberlo, había crecido junto a mi verdugo.
El chófer abrió la puerta del coche. Bajé, acompañado por dos abogados.
 Margo