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Alice
Hay días en que la ciudad respira más rápido que uno.
Nueva York no tiene compasión con los distraídos; te arrastra entre bocinas, luces, y sueños a medio morir.
Yo solo intentaba llegar a tiempo. Otra vez. Creo que tendre que madrugar mas me dije.
El sol de la primavera iluminaba mi cara mientras corría por la Quinta Avenida con una taza de café y un portafolio lleno de catálogos. Crucé el vestíbulo de la galería Lefèvre, esquivando turistas y clientes, hasta detenerme frente al mostrador de mármol.
—Señorita velez, llegó tarde —la voz de Margot Lefèvre tenía filo—. Otra vez.
Su perfume caro llenó el aire antes que su sonrisa vacía.
—Lo siento, hubo un retraso en el metro,Y es Miller mi apellido. —Excusas. El arte no espera. Y los clientes tampoco.
No era la primera vez que me lo decía, ni sería la última.
Llevaba casi dos años trabajando en la galería más elitista de Manhattan, rodeada de lienzos que costaban más que mi vida. Y aunque Margot nunca recordaba mi apellido y me tratara como una asistente invisible, , yo respiraba arte.
Era lo único que no podían quitarme. Esa mañana había una inauguración privada. El artista principal era un francés al que Margot adoraba, un hombre cuya obra —según ella— “entendía la oscuridad del alma”.
Yo entendía la oscuridad, pero no me la pagaban igual.
Coloqué una de las esculturas en su pedestal mientras Margot daba instrucciones a los empleados.
—Cuidado con esa pieza, Alice. Cuesta más de lo que ganarás en toda tu vida.
“Gracias por el recordatorio”, pensé.
Pero mientras el resto solo veía precios, yo veía historias. En cada trazo, en cada mancha de óleo, había una herida. El arte sangraba. Y yo también.
A media mañana, la galería comenzó a llenarse de murmullos, flashes y copas de champagne.
Yo llevaba una carpeta con las fichas de los artistas cuando escuché una voz masculina detrás de mí:
—Disculpa… ¿sabes quién pintó esta pieza?
Giré. Y lo vi. con unTraje gris, hecho a medida, que a simple vista parecia costar unas tres veces mas que mi renta, mirada firme, y un aura de alguien acostumbrado a obtener respuestas.
—“Cuerpos suspendidos”, es de Lucien Moreau, un artista francés. Explora la fragilidad del deseo —respondí sin pensar.
Él sonrió apenas. —¿Y tú? ¿Exploras algo? -
¿Perdón? —Trabajo aquí —contesté, evitando sus ojos.
—No lo pregunté por eso.
Su comentario me descolocó.
Antes de poder responder, Margot apareció a mi lado.
—Señor Carter, qué sorpresa tenerlo aquí —su tono cambió de hielo a miel.
“Carter.” El apellido resonó en mi mente. Acaso será este hombre tán... Apuesto Ethan Carter, el empresario, que había comprado media colección de Moreau el año pasado. Vaya lo imaginaba un viejo. pense.
Margot me fulminó con la mirada y me apartó con disimulo.
Yo fingí ordenar unos catálogos, pero lo observé.
Ethan Carter no era el tipo de hombre que uno olvida: tenía el porte de alguien que ha visto demasiado para su edad y aún así sonríe.
Cuando nuestras miradas se cruzaron por segunda vez, sentí algo que no sabía nombrar.
Ni amor ni deseo. Curiosidad. De esa peligrosa que termina por destruirte.
Horas después, cuando la galería se vació, Margot me llamó a su oficina.
Su escritorio estaba cubierto de copas y contratos.
—Alice, necesito que cordines la limpieza del salón antes de irte y entregues estos catálogos mañana en el Hotel Empire. El señor Carter hospedará a los coleccionistas allí. No los pierdas, ¿entendido?
—Sí, señora Margot.
Tomé la caja sin decir una palabra más, Pero en el fondo, algo dentro de mí sabía que ese encargo cambiaría el rumbo de mi vida.
A eso de las seis de la tarde, cuando salí de la galeria, la tarde comenzaba a caer, asi que me abrace a la caja y Caminé por la Sexta Avenida, mientras observaba las luces del Times Square reflejándose en los charcos.
Pensé en lo irónico que era amar tanto algo —el arte— y a la vez sentirse tan invisible dentro de él.
Esa noche llegué a mi diminuto apartamento en el Upper West Side.en la zona oeste de Manhattan.
Tome una ducha, me coloque ropa comoda y me hice una coleta alta, mientras el ruido de la cafetera me
avisaba que el cafe estaba listo. tenia poca hambre asi que me prepare un bocadillo que devore en menos de diez minutos.
Mientras tomaba mi cafe,observé mis pinceles, y encendí una vela aromatica. y frente a mí, un lienzo en blanco esperaba.
—Cuando el arte sangra, también sana —murmuré. Encendi los altavoces y una hermosa melodia envolvio
el ambiente, comence a cantar la cancion que sonaba.
You're the light, you're the night You're the colour of my blood You're the cure, you're the pain You're the only thing I wanna touch Never knew that it could mean so much, so much
Mi dedos se deslizaban por el lienzo con facilidad, no pense, solo me deje llebvar por la letra de la canción
y por esa melodia, que afloraba mis emociones mas ocultas.
> “Esa noche pinté con rabia. Con miedo. Con amor.
Sin imaginar que la siguiente vez que viera a Ethan Carter, el destino pondría mi corazón en subasta.
El reloj marco la una de la madrugada cuando coloque mi firma en el cuadro, Aurora mi seudonimo, limpie
mis manos que estaban manchadas de pintura, y me sente en el sofa a contemplar la obra terminada, está
es la razón por la que suelo llegar tarde a la galeria, por lo general pinto hasta muy tarde y luego me
quedo dormida, no pude evitar esbozar una sonrisa, al pensor en eso. Pero mi corazón se sentia
particularmente satisfecho por el resultado obtenido en esta pieza. Y quizás no sea Lefevre, la galeria
donde exponga mis obras pero se que algundia dejare de ser solo una asistente en una galeria de arte y las
personas me reconoceran como la artista detras de las obras.
Sin embargo en ese momento,no sabía que en cada trazo que pintaba estabá escribiendo un primer
capítulo de una historia que estaría llena de mucha pasión, deseo, y que también seria mi destrucción.”
Esa madrugada me fuí a dormir, con el alma satisfecha por lo que habia pintado, pero también con la
sensación de que mi vida cambiaria más pronto de lo que yo misma podia imaginar.
La alarma de mi despertador sono faltando quince minutos para las seis de la mañana, Aunque queria
quedarme acurrucada entre las sabanas, sabia que debia estar a las ocho de la mañana en el Hotel Empire
State Building en Midtown Manhattan. y Eso me tomaria llegar al menos unos sesenta minutos, si el trafico
me lo permitia. Igual que todas las mañanas monte mi cafetera, y el aroma del café fue lo primero que
desperto mis sentidos al salir de la ducha, obte por ponerme un pantalon blanco que se ajustaba
perfectamente a mi figura una blusa rosa palida y una chaqueta del mismo color del pantalón, y unos
estiletos rosados de tacón, a juego con un bolso. Para celebrar la primavera.. Recogi mi cabello castaño en
una cola alta perfectamente peinada para darle un toque más elegante a mi look, y un maquillaje natural
que solo resaltara el contorno de mi rostro, mis ojos y mis labios rosados.
Sonrei frente al espejo, de satisfaccion por lo que veia en el y que me agradaba. Al terminar de tomar mi
café, tome mi bolso y la caja que debia entregar y sale de mi departamento con destino al Hotel
Empire, y lo volveria a ver. ese guapo pero muy arrogante hombre que no sabia se convertiria en mi
alegria y también en mi condena.







