Se calló, asustada.
Sostuve su rostro con más fuerza y la empujé hasta el frío suelo del baño, frotando como si estuviera limpiando algo podrido.
—¿Quieres hablar otra vez? ¡Habla ahora! ¡Vamos! —grité, mientras ella se retorcía desesperada.
Sollozaba, humillada. Entonces solté su rostro con un empujón y me levanté despacio, acomodándome el pelo, sintiendo la adrenalina vibrar en mis venas.
—Ahora sí, Chiara. Ahora estás donde mereces: lamiendo el suelo sucio de un baño. Y la próxima vez que digas el nombre de Gabriel… te arranco la lengua, serpiente miserable.
Me di la vuelta y salí del