— Desapareciste, Larissa. Nos merecíamos al menos un adiós.
Bajé la mirada, avergonzada. Me senté despacio en el sofá, frente a ellos.
— Lo sé. Y no hay excusa lo bastante buena para justificarlo… pero necesitaba huir. De lo que hizo Alessandro… del desastre en que se convirtió mi vida. No sabía qué hacer, adónde ir. Solo… corrí. Me escondí.
Tereza y Lúcio se miraron. Ella puso su mano sobre la de él, como si quisiera calmarlo.
— Te destruyó, ¿verdad? — preguntó ella con tristeza. — Lo vimos. Pero también nos sentimos desechados.
— Lo sé. — mi v