— ¿Qué… es esto? — pregunté, algo desconfiada, dejando mi bolso en el sofá.
Él sonrió de lado, esa sonrisa rara que casi nunca veía.
— Una invitación. Ven conmigo.
Sin entender del todo, seguí a Alessandro hasta la zona de la piscina. Había puesto algunos cojines grandes por el suelo, velas encendidas flotando en el agua y la iluminación del jardín le daba a todo un aire casi mágico.
Me quedé parada, mirando a mi alrededor, con el pecho encogido.
— Está… un poco exagerado, ¿no crees? — intenté bromear, pero mi voz salió baja.
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