Epílogo 2 — El canto de la loba y la promesa del infierno
El sol se filtraba débil por entre las cortinas gruesas del cuarto de Eva, pero dentro, la tensión era densa como la niebla de la madrugada. Seis horas. Seis horas de dolor, fuerza y poder ancestral canalizado en un solo acto: traer vida al mundo.
Eva, con el rostro perlado de sudor, jadeaba en silencio, ya dormida por el agotamiento, su pecho subía y bajaba con lentitud. Magnus estaba a su lado, con las manos aún temblorosas, como si el universo le hubiera entregado por fin la oportunidad que se había negado a sí mismo años atrás.
Porque esta vez sí había estado allí.
Había sostenido la mano de Eva, había contenido sus lágrimas y su miedo, y ahora, con los ojos brillosos y la garganta cerrada, acunaba a su hija. Pequeña, frágil, envuelta en una manta lila bordada con runas de protección. Su cabello era rubio platino como el de su madre, pero al abrir los ojos —cosa que ya había hecho un par de veces— el lobo ancestral vio sus p