39. El vestido de retazos
Mientras el guardia esperaba al otro lado de la puerta de la habitación de la Druida Fletcher, ella sentía un nudo en el estómago que se tensaba con cada latido. Sus manos temblorosas empacaban apresuradamente mientras intentaba mantener la calma ante sus pequeños. Metió en dos mochilas de cuero desgastado sus preciados frascos de pociones, translúcidos y con líquidos de colores que brillaban tenuemente bajo la luz que entraba desde la ventana. También guardó con cuidado los ingredientes para el inhibidor de olor que siempre usaba en sus hijos —vital para su supervivencia— junto con varios libros que consideró más importantes, sintiéndose triste porque no podía llevarse todos.
Josie dobló con ternura la ropita que estaba en mejores condiciones de sus hijos: pequeñas camisas remendadas pero limpias, pantalones que habían resistido el paso del tiempo y un par de capas para protegerlos del frío que seguramente encontrarían en Altocúmulo. No olvidó las muñecas de trapo de Lyra, con sus son