40. Despedidas en el monasterio
Con esa decisión tomada, salieron de la habitación cogiendo las dos mochilas con sus pertenencias. Zacary, queriendo demostrar su valía, insistió en llevar la más pesada a pesar de que sus pequeños hombros se doblaban ligeramente bajo el peso. Josephine cargaba la que contenía sus preciadas botellas con pociones y otros elementos frágiles, protegiéndolos como si fueran extensiones de su propio ser.
Al salir al pasillo donde aguardaba su escolta el capitán Alfa, Josephine se aclaró la garganta antes de hablar:
—Señor capitán, ¿podemos ir a buscar algo de comer? Los niños y yo no hemos desayunado —solicitó, manteniendo la dignidad a pesar de sentirse vulnerable en aquel vestido ajeno a su identidad de druida.
El capitán exhaló un suspiro fastidiado y cuando estaba a punto de responder, el sonido de pasos apresurados llenó el corredor. Aparecieron cinco druidas, avanzando con prisa hacia ellos. Entre el grupo destacaba Helen, la mujer que había sostenido la mano de Josephine durante el di