206. Una habitación imperfecta, un amor perfecto
El encargado de la posada entregó las llaves a cada pareja. Una vez en sus habitaciones, por fin llegó ese momento de intimidad que tanto habían esperado. Malcolm cerró la puerta tras ellos con un clic suave mientras que Josephine y él permanecieron inmóviles, procesando la realidad de estar verdaderamente solos por primera vez en semanas, sin niños, adolescentes ni inventores excéntricos.
—Por fin solo somos tú y yo —respondió Josephine con una sonrisa, viendo el entorno.
La habitación que les habían asignado era, según el propietario, una de las mejores del establecimiento, aunque Malcolm sabía que, en sus días como Lord de Altocúmulo, habría considerado estas condiciones deplorables para cualquier huésped de su antiguo estatus.
La habitación era pequeña pero funcional, con paredes de piedra que habían sido pintadas en algún momento con un color crema que ahora mostraba manchas de humedad y desgaste. Una cama de tamaño mediano dominaba el espacio, cubierta con sábanas que, aunque li