111. El rastro del engaño
Sarah recorrió la casita del bosque con pasos firmes, examinando cada rincón como una depredadora que busca rastros de su presa. Sus ojos verdes se posaban en cada detalle mientras su mente tejía una historia que aumentaba su rabia: una mujer viviendo en la casa de su esposo, dos niños, y Malcolm llevando una doble vida, se notaba fácilmente que este era el “hogar” de su esposo, y de tan solo verlo, le llenaba de ira.
—¿Dónde están ahora? ¡Esa maldita y los mocosos no están en ninguna parte! —preguntó Sarah, volteándose bruscamente hacia Derrick—. La casa está claramente habitada, pero está vacía —dijo, desviando su atención hacia la ventana de la sala, que tenía vista hasta las caballerizas —quizás están allá en las caballerizas… —susurró, con sospecha.
El sirviente olfateó el aire con concentración, frunciendo el ceño.
—Es extraño, milady —confesó Derrick, visiblemente confundido—. No puedo captar ningún rastro definido, ni siquiera un olor cercano. Huele a humanos, pero el aroma es