—Sofía, sé que sigues enfadada, pero... —comenzó Elías.
—¿Enfadada? —Me reí con desprecio—. Elías, ¿crees que lo que siento ahora es enfado?
Él pareció desconcertado. —Entonces, ¿qué es?
—Indiferencia —respondí calmada—. Soy completamente indiferente a tu manada.
—¡Eso es imposible! —Exclamó, agitado—. Este es tu hogar, somos tu familia.
—¿Familia? —Miré a la sala—. Cuando necesité apoyo, ¿dónde estaba esa familia?
Todos bajaron la mirada.
—Sofía, admitimos que nos equivocamos —intervino la anciana Gracia—. Pero ahora no es momento de resolver rencillas personales. ¡Toda la manada enfrenta la extinción!
—¿Rencillas personales? —Me acerqué a ella—. Anciana Gracia, ¿piensa que la traición y el engaño son solo “rencillas personales”?
—No quise decirlo así...
—Ustedes destruyeron esta manada y esperan que yo la salve —la interrumpí—. ¿Acaso creen que estoy obligada a hacerlo?
—¿De qué te sirve que la manada se desintegre? —Preguntó Elías con rabia—. ¡Estas personas son inocentes!
Lo miré y