—No. —Mi respuesta fue simple y firme.
Vivian me miró atónita. —¿Qué?
—Ya no lo amo —dije con calma, mirándola—. Para nada.
El cuarto quedó en un silencio absoluto.
De repente, Vivian rompió a llorar, las lágrimas surcaban su rostro.
—¡No lo entiendes! ¡No se trata solo del puesto de alfa! —Sollozó—. ¡El Consejo de Ancianos dijo que si la manada es destruida, Elías será desterrado para siempre! ¡Perderá todo territorio y se volverá un lobo forastero!
El rostro de Elías se volvió aún más pálido.
—Y... —Vivian gimió—, gasté casi todo el tesoro de la manada...
—¿Qué? —La anciana Gracia se incorporó, horrorizada.
—Todas esas joyas, los viajes, y lujos... —Vivian lloró con más fuerza—, pensé que siendo Luna cubriría esos gastos, pero ahora...
—¿Cuánto gastaste? —La voz de Elías tembló.
—Ochocientos mil dólares. —Susurró Vivian.
Una oleada de gritos furiosos estalló en la sala.
—¿Ochocientos mil? —Marcos rugió —. ¡Ese era nuestro fondo de emergencia para tres años!
—¡Lo pagaré! —Chilló Vivia