Saliendo de la casa de la manada, estábamos tan eufóricas que decidimos dar un paseo por la pequeña ciudad y visitar mi pastelería favorita de paso.
—Cómo extraño el pastel de pistacho de ese lugar —decía Grace, casi con las babas afuera.
—¡Loba golosa! —me reí, mientras caminábamos tranquilamente, observando las tiendas y reconociendo algunas caras que hacía mucho no veíamos.
Cruzábamos el parque central cuando, a lo lejos, nos reconoció Lila.
—¿Por qué justo el primer día teníamos que toparnos con esta pendeja? —resopló Grace en mi mente.
Como ya nos había visto, huir no era una opción. Ni que fuéramos cobardes.
—Mira a quién trajo la diosa de vuelta. ¡A la patética de Cece! —se burló, alzando la voz para llamar la atención de los demás—. La que se creía la futura Luna de esta manada… ¡jajajaja! Ilusionada, para que Dorian la dejara tirada apenas olió a su pareja.
Las carcajadas del grupo la siguieron como un coro desagradable.
—¡Qué perdedora! —dijo uno.
—Escuché que huyó llorando