Entramos. Gerd se queda afuera con los hombres de Artem, vigilando. Saco la grabadora del bolsillo y se la entrego sin ceremonia.
—¿Y esta cosa qué es? —pregunta con acidez, examinándola como si fuera una bomba—. No estoy para jueguitos.
—Escúchala —ordeno—. Tu esposa está en manos de alguien más.