—Lo tienes, Liebling. Todo estará bien. Estoy aquí contigo —me asegura, aunque su propia voz tiembla.
En cuestión de minutos, estoy rodeada por manos que me ayudan a salir de la casa. Las contracciones no dan tregua, cada una más fuerte que la anterior. Mi mente está nublada por el dolor, pero me a