La brisa suave de la mañana acariciaba su rostro mientras caminaba, pero no bastaba para despejar la nube que le pesaba en la cabeza. Valeska empujaba el cochecito con una calma fingida, casi mecánica, sus pasos sobre la vereda eran firmes, pero dentro de ella todo temblaba.Adrián dormía tranquilo, con una manita fuera de la manta ligera, el gorrito sutilmente ladeado, completamente ajeno a todo el ruido que palpitaba en la mente de su madre.El parque estaba casi vacío a esa hora. Algunos adultos mayores caminaban lento con sus bastones o sus perros pequeños, una pareja trotaba a lo lejos, y un niño lanzaba una pelota contra un árbol sin mucho entusiasmo. Todo parecía normal. Casi demasiado normal.Y fue en ese preciso momento, cuando bordeaba una pequeña plazoleta cubierta de madreselvas, que lo sintió. Esa punzada sutil en la nuca. Esa sensación antigua, casi animal, de ser observada.Se detuvo un segundo, fingiendo acomodar la manta de Adrián, mientras sus ojos se movían en todas
La casa se sentía un poco más cálida, con el sonido del ronquido de Adrián resonando en su mente, incluso si el bebé seguía profundamente dormido en su portabebés cuando llegaron. Valeska lo miró con ternura mientras lo acomodaba en brazos del mayordomo, que siempre lo recibía con una sonrisa suave y los brazos abiertos. No dijo nada. Solo asintió cuando ella le pidió que lo mantuviera abrigado, bien alimentado, y lejos de cualquier tensión.Oliver la observó desde el umbral, con las manos en los bolsillos, los hombros ligeramente tensos.—Voy a ir al trabajo —dijo Valeska, sin mirarlo, como si necesitara verbalizarlo para convencerse a sí misma. Se enderezó, se alisó el abrigo y alzó el rostro—. Necesito ordenar mi cabeza.—Te llevo —dijo él de inmediato, sin darle tiempo a replicar.Ella lo miró por fin, arqueando una ceja. —Puedo manejar sola, Oliver.—No hoy —respondió con una firmeza que no daba espacio a discusión—. No después de lo que pasó. No quiero que estés sola.Valeska ab
Las palabras le hicieron sentido como si se incrustaran en su pecho, no como una herida, sino como una cicatriz que por fin empezaba a cerrar.Asintió, lentamente, sintiendo que algo dentro de ella se acomodaba por primera vez en días.—Tienes razón —susurró, sin mirar a Oliver—. No puedo seguir esperando a que Lisandro regrese con respuestas. No puedo seguir cargando con preguntas que ni siquiera me pertenecen. Si no es un traidor, el tiempo lo dirá. Pero necesito saber qué lo aleja de mí. No por él… sino por mí. Para entender que no fui yo el problema.Suspiró, aliviada por haberlo dicho en voz alta. Como si liberarse de esas palabras fuera liberarse de un yugo invisible.—Tengo que hacerme a un lado —agregó—. Necesito enfocarme en lo que yo quiero… en lo que necesito. No puedo seguir apagándome por alguien que no lucha por mantenerme cerca.Oliver la miró con una mezcla de orgullo y ternura. Iba a decir algo más, pero ella lo interrumpió con una sonrisa cansada.—Gracias por traerme
La mañana en el hotel comenzaba con una brisa suave que entraba por las ventanas altas del despacho privado. Valeska había llegado temprano, antes que todo el personal, con la necesidad imperiosa de estar en control de algo… aunque fuera solo de sus horas de trabajo. Tenía el cabello recogido en un moño bajo, los labios sin color, y ese brillo apagado en los ojos que solo se notaba si uno la miraba demasiado tiempo.El zumbido del celular sobre el escritorio la distrajo. No lo miró de inmediato, simplemente lo dejó vibrar hasta que se detuvo. Fue solo cuando volvió a sonar, esta vez con una notificación, que alzó la pantalla.Era una fotografía de Iskra junto con Lisandro.Él estaba cocinando, de pie junto a una estufa moderna, sin chaqueta, con las mangas de la camisa arremangadas. Parecía sonreír, aunque Valeska no pudo asegurarlo. Iskra estaba sentada al fondo, en la barra, con la mirada clavada en él y una sonrisa de satisfacción evidente.Los labios de Valeska se apretaron, como s
La casa estaba en silencio, salvo por el leve tic-tac del reloj en la pared del pasillo. Valeska caminó con pasos suaves, descalza, arrastrando la bata de satén que le cubría hasta los tobillos. La tela se deslizaba como un susurro contra el piso de madera mientras empujaba la puerta del cuarto de Adrián y se deslizaba dentro, guiada más por el instinto que por la costumbre.El aire estaba perfumado con esa mezcla tenue de crema para bebé, loción de lavanda y algo más… el olor de su hijo, de su hogar. El único lugar en el mundo que aún se sentía auténtico.Se acomodó en la cama junto a él, con el cuerpo entumecido por el cansancio, pero con la mente demasiado despierta como para permitirse dormir. Observó a Adrián unos segundos, esa carita redonda y dulce, tan parecida a la de su abuela que dolía. Luego alzó la vista al techo, como si en las sombras pudiera encontrar las respuestas que los días no le habían dado.Tenía papeles, nombres, pistas sueltas que no encajaban.«A.R.» Una empr
El estruendo hizo eco entre los edificios como una detonación, y el caos estalló al instante. El chillido de los frenos, los gritos de los peatones y el sonido seco del impacto rompieron la rutina de la ciudad como un puñal que desgarra el silencio.En cuestión de segundos, todo se convirtió en confusión y carreras desordenadas. Un grupo de personas se arremolinó cerca del cruce, con los rostros contraídos por el pánico mientras se escuchaban las primeras llamadas de auxilio. La voz de alguien gritaba al otro lado del teléfono que enviaran una ambulancia con urgencia. Otro intentaba contener a una mujer que lloraba al ver los cuerpos en el suelo.Valeska yacía tendida en el pavimento, el cabello esparcido como un velo oscuro sobre el asfalto, una de sus piernas doblada en un ángulo extraño, y un leve hilo de sangre dibujándole la sien.Su cuerpo permanecía inmóvil, más allá del leve subir y bajar de su pecho que apenas delataba que seguía con vida. A su lado, unos metros más cerca del
Pasaron días.No muchos, pero suficientes para que el silencio tomara el lugar del dolor agudo, y lo transformara en esa molestia sorda que se instala sin pedir permiso. Valeska estaba mejor físicamente, aunque aún tenía moretones en el costado y una herida que le dolía cuando respiraba muy profundo, pero nada que no pudiera soportar. Lo que sí le costaba más sobrellevar era el peso invisible de la ausencia. La de Lisandro. Porque después del accidente, después de haber cargado a Iskra como si fuese lo único importante entre el caos, él no volvió a aparecer.Ni una visita. Ni una llamada. Ni una nota.Nada.Y tal vez eso dolía más que el golpe en la cabeza o las costillas adoloridas. Porque no había excusa que lo justificara. No esta vez.Adrián dormía en su cunita portátil, acomodada junto a la cama de hospital como si fuera parte del mobiliario. Sus manitas gorditas estaban en alto, su boquita entreabierta, y esa calma absoluta que solo los bebés pueden tener cuando el mundo afuera
La mañana siguiente llegó envuelta en una luz cálida, de esas que se cuelan por las ventanas del hospital con la promesa de que, pese a todo, las cosas pueden mejorar.Valeska se sentía mucho mejor. El dolor de cabeza había disminuido, su cuerpo, aunque adolorido, ya no le pesaba tanto, y su ánimo, aunque tambaleante, parecía querer encontrar un punto de equilibrio.Adrián dormía plácidamente en sus brazos mientras ella daba pequeñas vueltas por el pasillo, moviéndose despacio, disfrutando de ese raro momento de calma. Acariciaba con la mejilla la cabeza de su hijo, absorbiendo ese aroma inconfundible de bebé que siempre lograba centrarla, cuando escuchó una voz familiar llamándola.Se giró y vio a su padre acercándose con pasos rápidos, el rostro surcado por una mezcla de preocupación y alivio. No necesitó palabras para saber que estaba molesto consigo mismo por no haber estado antes.—Valeska —dijo apenas llegó a su lado, sus manos temblando ligeramente mientras acariciaba su mejill