La casa de Valeska olía a café recién hecho y a algo vagamente quemado, cortesía del último intento de Lisandro por demostrar que era un hombre nuevo. Él estaba en la cocina, recién dado de alta del hospital, con el cabestrillo guardado pero el hombro aún dolorido, intentando preparar una cena «romántica» para ganarse el perdón de Valeska.
Ella, que estaba sentada en la sala con Adrián gateando a su lado, observaba el caos desde lejos, con una mezcla de diversión y enojo. El sonajero de Adrián tintineaba como un tambor de guerra, y Goran, estirado en el sofá con una cerveza, no se perdía ni un segundo del espectáculo.
—¿Qué es ese olor? —inquirió Valeska, arrugando la nariz mientras Adrián intentaba morder el sonajero—. ¿Tu gran plan de redención incluye incendiar mi cocina, «héroe»?
Lisandro asomó la cabeza desde la cocina, con una sartén humeante en la mano y una mancha de salsa en la frente.
—Es solo un pequeño percance —replicó, con una sonrisa nerviosa—. Esta cena va a ser épica,