La fábrica abandonada se alzaba como un gigante oxidado bajo la luna, con sus ventanas rotas reflejando la luz plateada. El aire olía a metal y humedad, y el silencio era roto solo por el goteo de una tubería lejana.
Lisandro avanzó entre las sombras, con el brazo aún dolorido por la herida del puerto, pero los ojos encendidos por la determinación. Sabía que Dante lo esperaba dentro, con una trampa lista para cerrarse. Pero Lisandro había planeado cada paso: los videos que hundieron a Iskra, la traición de Samuel, el secuestro frustrado de Adrián, y ahora, la caída final de Dante. Fingir amnesia seguía siendo su arma, pero esta noche, el juego terminaría.
En el hospital, Valeska estaba con Adrián, que jugaba con un coche de juguete en la cama. Goran estaba afuera, hablando con la policía sobre el intento de secuestro en el parque. Valeska no podía sacarse de la cabeza la calma de Lisandro, esa forma en que parecía saberlo todo.
Cuando él insistió en «salir a caminar» esa noche, algo e