El aire de la mansión se sentía cargado, como si el peso de la tensión flotara en cada rincón del salón. Las luces doradas que colgaban del techo emitían un resplandor cálido, pero ni siquiera eso podía suavizar la frialdad en la mirada de Lisandro mientras observaba a la mujer que había irrumpido en su vida con una arrogancia disfrazada de melancolía.
Iskra lo miraba con los ojos brillantes, pero no por amor o arrepentimiento genuino, sino por la terquedad de una mujer que jamás había sido rechazada. Su vestido, que parecía un desafío en sí mismo, resaltaba su piel pálida y su figura esbelta. Cualquier otro hombre podría haber caído en su juego, pero no Lisandro. No esta vez.
El murmullo de los invitados comenzaba a disiparse a medida que la noticia se esparcía por la habitación como un reguero de pólvora. Algunos cuchicheaban entre sí con sonrisas maliciosas, mientras que otros observaban con un interés morboso, como si presenciaran una obra de teatro con un guion inesperado.
Lisand