CAPÍTULO 28 «Herido»

La decadencia tenía un nombre. Y ese nombre era Theo.

Llevaba días sumergido en un abismo de alcohol y autodestrucción, hundiéndose cada vez más en el agujero negro de su propia miseria. La luz tenue del departamento apenas iluminaba las botellas vacías esparcidas por el suelo, los ceniceros completamente llenos de colillas y las cortinas corridas que bloqueaban cualquier indicio del mundo exterior. El aire estaba cargado de una mezcla nauseabunda de whisky rancio y humo de cigarrillo, impregnando cada centímetro de su piel, de su ropa, de su conciencia.

Pero lo peor no era el estado deplorable de su hogar. Lo peor era la ausencia.

La ausencia de aquella voz suave que, en tiempos mejores, solía susurrarle palabras de consuelo cuando la culpa y el alcohol lo ahogaban. La ausencia de las manos cálidas que lo ayudaban a incorporarse cuando terminaba desplomado sobre el sofá, demasiado borracho para moverse. La ausencia de esos ojos que lo miraban con una mezcla de reproche y ternura mien
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