A su lado estaba Enrique, sonriendo servilmente mientras sostenía una cantimplora, y detrás de él, Gregorio cargado con varios bultos de diferentes tamaños.
Lucía apartó la mirada.
Tampoco es que conociera mucho a Ariana.
—¡Lucía! —Talia vino corriendo desde lejos, saludándola con la mano.
Llevaba una gran mochila de viaje a la espalda, visiblemente llena y pesada.
Contenía protector solar, repelente de mosquitos, un sombrero, agua... y, por supuesto, los imprescindibles snacks.
—He traído muchas cosas, ¡después compartimos! —dijo Talia.
—Claro —respondió Lucía.
—¿Y Carlos? ¿Aún no ha llegado? —preocupada por llegar tarde, había venido corriendo y aun así se había adelantado cinco minutos.
Carlos, que había llegado antes que ella, comentó: —¿De dónde sacas la confianza para pensar que llegaría después que tú?
Talia hizo un mohín: —¿Qué tiene de especial llegar dos minutos antes? Solo me quedé dormida un rato más. Pero... ¿por qué vuestras mochilas son tan pequeñas?
No hacía falta menci