Su voz era ronca, temblorosa y llena de pánico, como un pajarillo asustado, desesperado y a la vez trágicamente hermosa. El cuerpo de Mateo ardía más. Dejó su blusa y deslizó la mano directamente bajo la falda.
Lucía se alarmó:
—¡Mateo! ¿Qué clase de mujeres no puedes conseguir? ¿Por qué tienes que forzarme a mí, que ya soy tu exnovia?
—Si lo deseas tanto, puedo llamarle a Sofía ahora mismo.
—¡Ah! ¡No hagas esto! —Lucía lo miraba con desesperación, sus ojos enrojecidos reflejaban una mezcla de terquedad y resistencia. Mateo, al ver su expresión, sintió una oleada de lujuria invadir su pecho.
—¿Qué pasa? ¿Apenas llevamos unos días separados y ya te comportas como si no me conocieras? Ya estuviste conmigo antes, no finjas ser una virgen pura ahora.
Lucía temblaba de ira:
—¡Eres un desgraciado!
Mateo soltó una risa fría y la agarró por la barbilla:
—¿De verdad crees que lejos de mí vales algo? Una mujer que ya ha sido usada por otro hombre... Solo un tonto se quedaría contigo.
Las lágrima