—¡Mamá, Marco encontró la empresa de ese sinvergüenza! —exclamó Fidel.
Marco era un delincuente de poca monta sin trabajo fijo, pero tenía sus métodos poco ortodoxos. Fidel le había pedido ayuda sin muchas esperanzas, pero sorprendentemente lo había logrado.
—¡Excelente! Justo cuando no sabíamos dónde buscarlo. ¡Vamos, hijo, vamos a por él! —dijo Celia con los ojos brillantes de emoción.
Durante todo este tiempo, acechar la entrada de los Ríos solo había servido para molestar a Mercedes y evitar que saliera, nada más. Pero ahora era diferente...
Media hora después.
—¿Esta es la empresa de Mateo? ¿Con un edificio tan alto, cuánto dinero tendrá? —Fidel miraba boquiabierto el rascacielos, sin poder disimular la codicia en sus ojos.
—Vaya, vaya —murmuró Celia—, tu hermana pescó un pez gordo esta vez, ¡parece que tiene muchísimo dinero!
Si lograban sacar una buena suma, madre e hijo no tendrían que preocuparse por el resto de sus vidas. Con este pensamiento, intercambiaron miradas y entraro