Después de dormitar una hora, Lucía se despertó y vio que ya eran las ocho. Se apresuró a arreglarse y salió directo al laboratorio.
Daniel, al ver que llegaba media hora tarde y con mala cara, preguntó sorprendido: —¿No dormiste bien anoche?
Lucía negó con la cabeza: —No es que no durmiera bien, es que me desvelé.
Daniel arqueó una ceja, pero no indagó más.
Lucía se dio palmaditas en las mejillas, forzándose a animarse... ¡A trabajar!
Al mediodía, después de comer, Lucía empezó a bostezar sin parar.
Daniel, al verla así: —No te exijas tanto, ve a la sala de descanso un rato.
Lucía estaba realmente cansada, así que no se resistió.
Daniel siguió trabajando y dos horas después, al pasar por la sala de descanso, recordó que Lucía seguía dentro. Tocó la puerta pero no hubo respuesta: —¿Lucía? ¿Estás bien? ¿Puedo pasar?
Preocupado, abrió suavemente la puerta y la encontró acurrucada en un rincón, hecha un ovillo, respirando tranquilamente. Al parecer solo dormía profundamente.
Suspiró alivi