CAPÍTULO 50
JULIAN
No había dormido bien. Después de la visita inesperada de Irina la noche anterior y la tensión que dejó flotando en el aire, me desperté con una sola idea en la cabeza: ya no podía dejar que siguiera en mi vida, ni como parte de mi equipo, ni mucho menos cerca de Monserrat. Esa mañana estaba decidido a confrontarla de una vez por todas, a decirle lo que debía escuchar, aunque eso significaba abrir la puerta a una guerra que todavía no sabía cómo iba a librar.
La encontré en los boxes, como si no hubiera pasado nada, con esa sonrisa autosuficiente que usaba como máscara. Apenas me vio, hizo un gesto casual con la mano, como si aún fuéramos amigos. Eso me enfureció más.
—Necesitamos hablar —le dije, sin rodeos.
Ella arqueó una ceja y apoyó la cámara sobre la mesa, fingiendo calma.
—¿Otra vez? Pensé que ya habíamos hablado ayer.
—No —repliqué con firmeza—. Ya tome una decisión. Y quiero que quede claro, Irina: no quiero que formes parte de mi equipo. No me interesa