La soltó provocando que ella callera una vez más al suelo, mientras él caminaba hacia el pasillo que conducía a las habitaciones.
Naia no lo pensó dos veces, sólo actúo y tomó una de las esculturas de madera que Matthew coleccionaba, corrió hacia Curtis y lo golpeó tan fuerte como pudo, logrando que gimiera por el dolor del golpe en su espalda.
— ¿Qué crees que haces maldita zorra? —gimió para luego voltear y abalanzarse sobre ella.
Pero antes de que lo consiguiera ella no se quedó quieta, elevó más alto la escultura haciendo evidente que volvería a utilizarla.
— ¡No te atrevas a tocar a mi hijo! —gritó desesperada con la respiración irregular.
Entonces el hombre empezó a reír, era como si le estuvieran haciendo cosquillas, porque incluso se sujetó las rodillas con las manos, como si lo que ella acabara de decir fuera demasiado gracioso.
— ¿Y crees que me vas a detener con eso? —señaló la delgada y firme escultura que se asemejaba a una llave inglesa.
— ¡Sí! —respondió sintiendo el te